Aquichan, cuidado

 

Álvaro Mendoza Ramírez*

* Doctor en Derecho Privado. Profesor Titular y Rector de la Universidad de La Sabana.


Ningún nombre podía ser más apropiado que este de “cuidado”, expresado en lengua indígena, para una publicación vinculada con nuestra Facultad de Enfermería. Si algo puede caracterizar los estudios respectivos y el ejercicio de la profesión resultante de ellos es esta palabra, en tanto los estudiantes de enfermería se preparan para ejercitar su personal solicitud frente a sus congéneres, en la mayoría de los casos con relación a aquellos sufrientes, mientras sus docentes deben tener muy cerca de su corazón la necesidad de inculcar permanentemente en sus alumnos este afán una ocupación meramente burocrática y desprovista de su sentido genuino.

Es verdad que toda actividad humana, en cualquier forma, está relacionada con aquella atención al prójimo, a quien el Maestro, el Hijo de Dios, nos manda amar “como a nosotros mismos”, traduciendo este amor en conductas concretas, como maravillosamente se nos ejemplifica a través de la parábola del Buen Samaritano. Leyendo recientemente un escrito del Gran Canciller de esta Universidad, cuya visita a nosotros seguramente se habrá ya producido en el momento de la aparición de este escrito, nos prevenía contra dos expresiones, ambas igualmente desviadas, de “cuidado” por los demás, sin el cual la conducta del enfermero descendería a de este amor al prójimo que se nos exige, cuando él no se canaliza, como debe ser, a personas y a situaciones concretas, o cuando se hace un uso apenas reduccionista de él. Una de estas desviaciones es la generalización meramente intelectual del sentimiento por el prójimo, sin descender este sentimiento a lo específico, a comportamientos que nos comprometan. La otra, entender que nuestro deber para con el prójimo se limita a nuestro círculo estrecho, familiar o social, desentendiéndonos de quienes no participan de esta condición. Como bien lo expresa la parábola antes mencionada, el prójimo es “alguien”, “uno cualquiera”, “un hombre que bajaba por el camino”.

Sin embargo de constituir la atención por los demás un imperativo de toda actividad humana, algunas de ellas, y entre estas sobresale particularmente la del enfermero, se sitúan necesariamente más próximas de las oportunidades concretas para actuar al servicio de los demás, para tener con ellos “cuidado”, como corresponde al nombre de esta publicación. Esta voz de nuestra lengua, según el decir del Diccionario de la Real Academia(1), nos refiere, entre otros sentidos menos importantes, a la “solicitud y atención para hacer bien alguna cosa”, a lo cual podríamos añadir, sin peligro de quebrantar los alcances del término, “para hacer el bien a otra u otras personas”. Ser solícito significa ser entregado, hacerlo con cariño, con esmerada atención.

De esto se trata. El enfermero está llamado, por su específica vocación profesional, a tareas eminentemente de servicio, sea que se consagre, como probablemente ocurra con muchos de nuestros egresados, a los quehaceres de atención a los enfermos, sea que trabaje en labores de salud ocupacional, de prevención, etc. En últimas, todas estas ocupaciones están estrechamente relacionadas con el servicio al prójimo, y lo están mayormente y con más amplia frecuencia que la gran mayoría de las actividades de carácter diferente.

Aparece esta publicación con motivo de la celebración de los diez primeros años de nuestra Facultad de Enfermería, efemérides que en buena hora han decidido destacar las directivas de la Facultad. En la vida de las instituciones, es algo que he tenido oportunidad de repetir con motivo de aniversarios similares, ocurre algo similar a cuanto acontece con las personas. Conviene detenerse en ciertos hitos, precisar algunos mojones, que sirven para examinar el camino ya recorrido y para proyectar aquel que aún nos espera. Un aniversario, y particularmente uno de alguna importancia, como ocurre con una década, es un motivo para varias conductas: en primer término, para agradecer, particularmente a la Providencia, por todo cuanto se ha logrado (y en el caso de la Facultad de Enfermería es mucho); seguidamente, para que podamos reconocer el fruto de nuestros esfuerzos, de nuestro trabajo, de nuestros desvelos; también, para examinar las eventuales equivocaciones en el camino recorrido y adoptar los correctivos del caso; por último, y es algo de no poca importancia, para soñar un poco en aquello que nos espera. La vida, toda vida, también aquella institucional, en últimas, bien puede descomponerse en la memoria del pasado, en la ocupación del presente y en la ilusión del porvenir.

Termino felicitando de todo corazón a nuestra Facultad de Enfermería y a todo su personal docente y directivo por el aniversario, y aprovecho para reconocer la labor de un equipo de personas que ha sacado adelante esta Facultad. Dentro de este equipo, muy especialmente, la tarea siempre abnegada, tesonera, alegre y eficaz de su Decana, la doctora Leonor Pardo Novoa. Como Rector, sin por ello dejar de reconocer el mérito de otras autoridades académicas, siempre he sentido en la Decana de la Facultad de Enfermería una muy particular devoción por su trabajo y, sobre todo, una muy agradable manera de defender y de sacar adelante los intereses de la unidad a su cargo. Para ella, gestora incuestionable de cuanto hasta hoy ha sido alcanzado, unas felicitaciones muy cálidas.


1 Edición de 1987, Editorial Espasa y Calpe S.A., Madrid.